martes, octubre 27, 2009

PUNTO MUERTO



PUNTO MUERTO

El 12 de junio de 2.008, Daniel R. Piza nos envió una nota que, en aquel momento, no pudimos publicar. Dada su vigente
actualidad, cual amenaza que pende sobre nosotros -los terrícolas europeos- la exponemos a continuación.

En los últimos días han aparecido en la prensa dos noticias en las que una "cantidad de horas" aparece como denominador común. Por una parte, hemos leído que Europa se dispone poner fin a la jornada laboral máxima de 48 horas semanales aprobada por la Organización Internacional de Trabajadores en el año 1917. Al mismo tiempo, se ha difundido la existencia de
un borrador elaborado por la Consejería de Educación donde se considera la reducción horaria de la asignatura de filosofía en Bachillerato. Todo muy sospechoso... ¿Será que a algunos no les parece interesante que nuestros jóvenes sepan un poco acerca de un señor llamado Karl Marx que escribió una historia de la explotación del ser humano por el capital? ¿Quienes son
los que quieren negar a los jóvenes españoles el conocimiento de ese proyecto de emancipación del ser humano nacido en la Grecia clásica llamado FILOSOFIA?

Daniel Ricardo Piza Cortizo
(Maestro)


En los últimos años, también se produjo el desacierto de suprimir el Latín como enseñanza común a la altura de de 1º. y 2º. de la E.S.O.; actualmente nos quejamos de la poca versatibilidad que padecen los jovenes en su lenguaje, pues con un vocablo y nueve palabrotas arreglan su expresión; mañana lamentaremos que no saben discurrir, su falta de madurez mental, su ignorancia de la cultura clásica; nos quieren equiparar con los estadounidenses, los más burros del planeta, los gigantes de la barbarie; y si alguién no me cree, que le pregunte a los que estudiaron C.O.U. en Estados Unidos. Claro que, para tirar bombas en Irak, ver los santos de los libros o confundir Afganistán con un grupo musical, no es necesario aprender nada.

(Ramón Pérez Poza)


Con respecto al comentario que hay en la entrada del blog en el que se trata sobre la supresión de unas horas en filosofía.
A mi me parece bien que las supriman, ya que ese individuo Karl Marx contaba unas "teorias" que fácilmente se refutan.
El capital no explota a nadie porque el trabajador es libre de aceptar o rechazar un contrato de trabajo. Nadie está obligado a trabajar. En cambio si que estamos obligados a pagar impuestos; por tanto es el Estado quien expolia al contribuyente.
En España , la clase media está desapareciendo poco a poco por culpa de la elevada presion fiscal a la que se ve sometida.
Desde que hay democracia en España, los impuestos que se pagan, se elevaron exponencialmente. La presión fiscal media es equivalente a 5 meses de trabajo al año. ¡Eso si que es explotacion!,o mejor dicho expoliación. La culpa de esto es de la socialdemocracia F. Gonzalez, primero y ZP después. Espero que en un futuro, asi como la democracia se vaya consolidando todavia mas, el tamaño del Estado sea el óptimo y nos cueste a todos menos, el que haya tanto funcionario y tanto parásito subvencionado.

José A. Santiago Villanueva, jugador del equipo de ajedrez "Jorge Cuña".


Aunque un servidor no trajo a colación la figura de Carlos Marx, he de confesar que el marxismo no me parece una cosa simple, pues como teoría ha sido enriquecida por los distintos usos e interpretaciones a lo largo de un tiempo bastante dilatado.
Quizá la más sencilla refutación haya que buscarla en la imposibilidad de llevarlo a la práctica, razón que provocó el desmoronamiento de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, la reconversión ideológica de la República Popular China y el relativo fracaso del régimen comunista de Fidel Castro en Cuba.
Las condiciones de trabajo en el pasado eran, en general, peores que las actuales; sin embargo, ni ayer ni hoy los trabajadores las pueden rechazar porque necesitan el salario para sobrevivir. Marx para explicar el concepto de explotación introdujo el de plusvalía, pero no pretendo ocuparme de esta cuestión. Creo que estudiando las distintas formas de pensamiento, los jóvenes tendrían más posibilidades de desarrollar el suyo propio.
Efectivamente, como bien dices, los ciudadanos están obligados por ley a pagar impuestos al Estado según las rentas obtenidas, pero los que no ganan nada o los que no alcanzan un mínimo determinado (además de otras exenciones), no tienen tal obligatoriedad, pero los que la tienen también pueden quebrantar la ley y esto ha sucedido en muchas ocasiones y, a
veces, con éxito. En último lugar, están los paraísos fiscales como Andorra, práctica habitual de algunos deportistas.
Ahora, entiendo muy bien tu postura: la presión fiscal no es justa y la Administración prima a los más ricos, los recursos no suelen ir bien dirigidos; se gasta demasiado en armas y menos de lo que se debía en Sanidad, independientemente de quién esté en el gobierno. Estoy totalmente de acuerdo contigo en que sobran funcionarios o falta organización. Algunos están
rascando la barriga toda la mañana, otros llegan a la hora que les conviene, un porcentaje alto de mujeres se ausenta para hacer la compra en el supermercado, hay funcionarios dedicados a la lectura de periódicos, novelas, poesía, etc.
Y si vas un sábado en horas de oficina te ponen mala cara. Pero, aunque parezca increíble, los hay que trabajan. A pesar de todo, es justo reconocer que la única culpa señala a los dirigentes del gobierno (de cualquier partido).
Cuando los diputados legislan el salario mínimo, no entiendo porque ellos cobran mucho más, si el trabajo de la mayoría de ellos es apretar un botón de vez en cuando: ¡ellos tienen el trabajo mínimo y el salario máximo!, ¿Qué te parece?



Epílogo inconcluso

La introducción de máquinas en la Revolución Industrial generó parados -algo desconocido en la Edad Media- con la consiguiente abundancia de mano de obra que desembocó en horarios excesivos, salarios bajos, trabajadores menores realizando funciones propias de adultos, mujeres peor pagadas que los varones, descalificación de obreros (sin posibilidad de ascender)
, condiciones insalubres, ausencia de todo tipo de medidas de seguridad (todavía en el siglo XIx los albañiles que construyeron los primeros rascacielos no tenían ninguna), etc. El capitalismo, implacable devorador de vidas, jamás mostró un corazón sensible, sino -al contrario- su alma infernal. Pues el dios Dinero lo justifica todo.
Los trabajadores -desesperados- destruyeron máquinas e incendiaron fábricas en la fase inicial de la industrialización. Los gobernantes -como ahora al servicio del Capital y el Estado- reaccionaron con la crueldad acostumbrada, incluso condenando a muerte a los que atentaron contra las industrias: sirva como ejemplo que ¡18 dirigentes obreros fueron ejecutados en York!, en enero de 1.813, a pesar de la oposición de lord Byron. Los trabajadores se vieron obligados a organizarse para su defensa, para la lucha por unas mejores condiciones de trabajo...

(Ramón Pérez Poza)



¿Qué es el salario? ¿Cómo se determina?

Si preguntamos a los obreros qué salario perciben, uno nos contestará: «Mi burgués me paga un marco por la jornada de trabajo»; el otro: «Yo recibo dos marcos», etc. Según las distintas ramas del trabajo a que pertenezcan, nos indicarán las distintas cantidades de dinero que los burgueses respectivos les pagan por la ejecución de una tarea determinada, v.gr., por
tejer una vara de lienzo o por componer un pliego de imprenta. Pero, pese a la diferencia de datos, todos coinciden en un punto: el salario es la cantidad de dinero que el capitalista paga por un determinado tiempo de trabajo o por la ejecución de una tarea determinada.

Por tanto, diríase que el capitalista les compra con dinero el trabajo de los obreros. Estos le venden por dinero su trabajo . Pero esto no es más que la apariencia. Lo que en realidad venden los obreros al capitalista por dinero es su fuerza de trabajo. El capitalista compra esta fuerza de trabajo por un día, una semana, un mes, etc. Y, una vez comprada, la consume, haciendo que los obreros trabajen durante el tiempo estipulado. Con el mismo dinero con que les compra su fuerza de trabajo, por ejemplo, con los dos marcos, el capitalista podría comprar dos libras de azúcar o una determinada cantidad de otra mercancía cualquiera. Los dos marcos con los que compra dos libras de azúcar son el precio de las dos libras de azúcar.
Los dos marcos con los que compra doce horas de uso de la fuerza de trabajo son el precio de un trabajo de doce horas. La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía, ni más ni menos que el azúcar. Aquélla se mide con el reloj, ésta, con la balanza.


Los obreros cambian su mercancía, la fuerza de trabajo, por la mercancía del capitalista, por el dinero y este cambio se realiza guardándose una determinada proporción: tanto dinero por tantas horas de uso de la fuerza de trabajo. Por tejer durante doce horas, dos marcos. Y estos dos marcos, ¿no representan todas las demás mercancías que pueden adquirirse por la
misma cantidad de dinero? En realidad, el obrero ha cambiado su mercancía, la fuerza de trabajo, por otras mercancías de todo género, y siempre en una determinada proporción. Al entregar dos marcos, el capitalista le entrega, a cambio de su jornada de trabajo, la cantidad correspondiente de carne, de ropa, de leña, de luz, etc. Por tanto, los dos marcos expresan
la proporción en que la fuerza de trabajo se cambia por otras mercancías, o sea el valor de cambio de la fuerza de trabajo.
Ahora bien, el valor de cambio de una mercancía, expresado en dinero, es precisamente su precio. Por consiguiente, el salario no es más que un nombre especial con que se designa el precio de la fuerza de trabajo, o lo que suele llamarse precio del trabajo, el nombre especial de esa peculiar mercancía que sólo toma cuerpo en la carne y la sangre del hombre.

Tomemos un obrero cualquiera, un tejedor, por ejemplo. El capitalista le suministra el telar y el hilo. El tejedor se pone a trabajar y el hilo se convierte en lienzo. El capitalista se adueña del lienzo y lo vende en veinte marcos, por ejemplo.
¿Acaso el salario del tejedor representa una parte del lienzo, de los veinte marcos, del producto de su trabajo? Nada de eso . El tejedor recibe su salario mucho antes de venderse el lienzo, tal vez mucho antes de que haya acabado el tejido. Por tanto, el capitalista no paga este salario con el dinero que ha de obtener del lienzo, sino de un fondo de dinero que tiene en reserva. Las mercancías entregadas al tejedor a cambio de la suya, de la fuerza de trabajo, no son productos de su trabajo, del mismo modo que no lo son el telar y el hilo que el burgués le ha suministrado. Podría ocurrir que el burgués no encontrase ningún comprador para su lienzo. Podría ocurrir también que no se reembolsase con el producto de su venta ni el salario pagado. Y puede ocurrir también que lo venda muy ventajosamente, en comparación con el salario del tejedor. Al tejedor todo esto le tiene sin cuidado. El capitalista, con una parte de la fortuna de que dispone, de su capital, compra la fuerza de trabajo del tejedor, exactamente lo mismo que con otra parte de la fortuna ha comprado las materias primas —el hilo— y el instrumento de trabajo —el telar—. Una vez hechas estas compras, entre las que figura la de la fuerza de trabajo
necesaria para elaborar el lienzo, el capitalista produce ya con materias primas e instrumentos de trabajo de su exclusiva pertenencia. Entre los instrumentos de trabajo va incluido también, naturalmente, nuestro buen tejedor, que participa en el producto o en el precio del producto en la misma medida que el telar; es decir, absolutamente en nada.

Por tanto, el salario no es la parte del obrero en la mercancía por él producida. El salario es la parte de la mercancía ya existente, con la que el capitalista compra una determinada cantidad de fuerza de trabajo productiva.

La fuerza de trabajo es, pues, una mercancía que su propietario, el obrero asalariado, vende al capital. ¿Para qué la vende?
Para vivir.

Ahora bien, la fuerza de trabajo en acción, el trabajo mismo, es la propia actividad vital del obrero, la manifestación misma de su vida. Y esta actividad vital la vende a otro para asegurarse los medios de vida necesarios. Es decir, su actividad vital no es para él más que un medio para poder existir. Trabaja para vivir. El obrero ni siquiera considera el trabajo parte de su vida; para él es más bien un sacrificio de su vida. Es una mercancía que ha adjudicado a un tercero. Por
eso el producto de su actividad no es tampoco el fin de esta actividad. Lo que el obrero produce para sí no es la seda que teje ni el oro que extrae de la mina, ni el palacio que edifica. Lo que produce para sí mismo es el salario; y la seda, el oro y el palacio se reducen para él a una determinada cantidad de medios de vida, si acaso a una chaqueta de algodón, unas
monedas de cobre y un cuarto en un sótano. Y para el obrero que teje, hila, taladra, tornea, construye, cava, machaca piedras, carga, etc., por espacio de doce horas al día, ¿son estas doce horas de tejer, hilar, taladrar, tornear, construir, cavar y machacar piedras la manifestación de su vida, su vida misma? Al contrario. Para él, la vida comienza allí donde terminan estas actividades, en la mesa de su casa, en el banco de la taberna, en la cama. Las doce horas de trabajo no tienen para él sentido alguno en cuanto a tejer, hilar, taladrar, etc., sino solamente como medio para ganar el dinero que le permite sentarse a la mesa o en el banco de la taberna y meterse en la cama. Si el gusano de seda hilase para ganarse el sustento como oruga, sería un auténtico obrero asalariado. La fuerza de trabajo no ha sido siempre una mercancía. El trabajo
no ha sido siempre trabajo asalariado, es decir, trabajo libre. El esclavo no vendía su fuerza de trabajo al esclavista, del mismo modo que el buey no vende su trabajo al labrador. El esclavo es vendido de una vez y para siempre, con su fuerza de
trabajo, a su dueño. Es una mercancía que puede pasar de manos de un dueño a manos de otro. El es una mercancía, pero su fuerza de trabajo no es una mercancía suya. El siervo de la gleba sólo vende una parte de su fuerza de trabajo. No es él quien obtiene un salario del propietario del suelo; por el contrario, es éste, el propietario del suelo, quien percibe de él
un tributo.

El siervo de la gleba es un atributo del suelo y rinde frutos al dueño de éste. En cambio, el obrero libre se vende él mismo y además, se vende en partes. Subasta 8, 10, 12, 15 horas de su vida, día tras día, entregándolas al mejor postor, al propietario de las materias primas, instrumentos de trabajo y medios de vida; es decir, al capitalista. El obrero no pertenece a ningún propietario ni está adscrito al suelo, pero las 8, 10, 12, 15 horas de su vida cotidiana pertenecen a quien se las compra. El obrero, en cuanto quiera, puede dejar al capitalista a quien se ha alquilado, y el capitalista le despide cuando se le antoja, cuando ya no le saca provecho alguno o no le saca el provecho que había calculado. Pero el obrero, cuya única fuente de ingresos es la venta de su fuerza de trabajo, no puede desprenderse de toda la clase de los compradores, es decir, de la clase de los capitalistas, sin renunciar a su existencia. No pertenece a tal o cual capitalista, sino a la clase capitalista en conjunto, y es incumbencia suya encontrar un patrono, es decir, encontrar dentro de esta clase capitalista un comprador.

Antes de pasar a examinar más de cerca la relación entre el capital y el trabajo asalariado, expondremos brevemente los factores más generales que intervienen en la determinación del salario.

El salario es, como hemos visto, el precio de una determinada mercancía, de la fuerza de trabajo. Por tanto, el salario se halla determinado por las mismas leyes que determinan el precio de cualquier otra mercancía.

Ahora bien, nos preguntamos: ¿Cómo se determina el precio de una mercancía?

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C. Marx, Trabajo asalariado y capital (1849)